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allí eran demasiado grandes para ser conquistados.
Dos de los espías, Caleb y Josué, creyeron en la
Palabra de Dios y dijeron que los gigantes no eran
un problema. "¡Subamos de una vez! ¡Podemos
conquistarlos!", dijeron.
Los israelitas, en lugar de escuchar a los espías
de la fe, se asustaron y se pusieron del lado de
los detractores que decían que los gigantes los
aplastarían como saltamontes... «Toda esa noche la
congregación comenzó a gritar y llorar. Todos los
hijos de Israel se quejaron… ¡Cómo quisiéramos
haber muerto en Egipto, o morir en este desierto!
¿Para qué nos ha traído el Señor a esta tierra?
¿Para morir a filo de espada, y para que nuestras
mujeres y nuestros niños sean tomados prisioneros?»
(Números 14:1-3).
Por supuesto, los israelitas no le dijeron esas cosas
directamente a Dios. La mayoría sólo lo murmuró
en sus tiendas (Deuteronomio 1:27). Pero Dios
los estaba escuchando de todos modos, y Él les
respondió diciendo a Moisés:
¡Ya he escuchado las protestas de los hijos de
Israel, y cómo se quejan de mí! Pues diles de mi
parte: "Vivo yo, que voy a hacer con ustedes lo
mismo que ustedes me han dicho al oído. En
este desierto quedarán tendidos los cadáveres de
todos ustedes, los mayores de veinte años que
fueron contados, los cuales han murmurado contra
mí. Ninguno de ustedes entrará en la tierra que,
bajo juramento, prometí que les daría para que la
habitaran. Sólo entrarán Caleb hijo de Yefune y
Josué hijo de Nun." (Números 14:27-30).
¡Esas fueron serias repercusiones! ¡Las palabras
incrédulas que los israelitas hablaron en sus tiendas
les costaron la Tierra Prometida!
Como creyentes, no queremos que eso nos
suceda. No queremos permitir que el diablo use
nuestras lenguas y nos engañe para que hablemos
duda e incredulidad. No queremos decir palabras
llenas de fe cuando nuestros amigos cristianos nos
escuchan y luego cuando estamos acostados en la
cama por la noche con nuestro esposo o esposa
hablando sobre el problema, decir: "¿Qué vamos a
hacer? Esta situación es desesperada. No tenemos
salida."
¡Dios escucha esas palabras! Él no sólo escucha
lo que decimos en oración, o las confesiones de fe
que hacemos en la iglesia. Él está escuchando todo
el tiempo y está obligado a tomar en serio nuestras
palabras porque es una ley espiritual. Está escrito
en la Biblia: lo que decimos determina el curso de
nuestras vidas (Santiago 3:4-5).
Hagamos que esa ley funcione para nosotros
y no contra nosotros. Vivamos como los hijos
amados de Dios y caminemos en la plenitud de Sus
BENDICIONES tomando nuestras palabras tan en
serio como Él mismo lo hace.
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