LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE

Edición Octubre LATAM 2019

LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE - Revista publicada por los Ministerios Kenneth Copeland, disponible gratuitamente para personas que deseen suscribirse.

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Habla solamente la Palabra Cuando el centurión romano vino a Jesús buscando curación para su siervo y le dijo: «Señor, mi criado yace en casa, paralítico y con muchos sufrimientos.» Jesús le respondió, sencillamente, igual que al leproso. Sin dudarlo ni un momento, Jesús le dijo: «Iré a sanarlo.» (versículos 6-7, RVC). Jesús es siempre el mismo. Si le pides sanación, Él vendrá a tu casa en cualquier momento del día o de la noche. Ni siquiera se detendrá para preguntarle a qué iglesia asistes. Todo lo que te pedirá que hagas es creer que está ungido por Dios para sanarte, y lo hará. ¡El centurión lo creía! Tenía tanta fe en la Unción y autoridad de Jesús que le dijo a Jesús que no se molestara ni siquiera en venir a su casa. Le dijo: «Señor, yo no soy digno de que entres a mi casa. Pero una sola palabra tuya bastará para que mi criado sane.» (versículo 8). ¿Como respondió Jesús? Hizo exactamente lo que le pidió el centurión. Le dijo: «Ve, y que se haga contigo tal y como has creído.» Y en ese mismo momento el criado del centurión quedó sano (versículo 13). ¿Ves cuán flexible y accesible es Jesús? Cuando las personas ponen su fe en Él para sanar, Él hace lo que dicen. Lo vemos hacerlo nuevamente después de sanar al sirviente del centurión, al llegar a la casa de Pedro. «La suegra de Simón tenía una fiebre muy alta, así que le rogaron a Jesús por ella. Él se inclinó hacia ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre se le quitó. Al instante, ella se levantó y comenzó a atenderlos.» (Lucas 4:38-39, RVC). Jesús tampoco se detuvo después de sanarla. Más tarde esa misma noche, cuando las multitudes aparecieron trayendo consigo a todos los que estaban enfermos de varias enfermedades y muchos que estaban poseídos por demonios, Jesús los sanó con la misma disposición. «Él, con su sola palabra, expulsó a los demonios y sanó a todos los enfermos. Esto, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: «Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.» (Mateo 8:16-17). ¡Había miles de personas en esa multitud! Si recibir sanidad de Jesús fuera difícil, seguramente algunas de esas personas habrían regresado a casa tan enfermas como cuando llegaron. Pero eso no fue lo que pasó. Cada persona allí recibió lo que necesitaban de parte de Jesús. Sanó a todos los enfermos que vinieron a Él ese día… lo cual es una buena noticia para nosotros, porque Él es exactamente el mismo Jesús, hoy. "Sí, pero no sé si había alguien en esa multitud en mi condición", podrías decir. "Me he equivocado tanto en la vida y destrocé mi cuerpo al tomar tantas decisiones pecaminosas que ahora es demasiado tarde para que me ayuden." ¡No, no lo es! Nadie ha ido demasiado lejos para Jesús, incluso ese tipo salvaje y poseído de demonios de la región de los gerasenos. ¿Alguna vez has leído en la Biblia acerca de ese hombre? Estaba tan poseído por el demonio que ni siquiera usaba ropa. Vivía desnudo, en el Cementerio. ¡Gritaba de día y de noche, se cortaba con piedras y era tan violento que cuando la gente del pueblo trataba de contenerlo con cadenas, las rompía! ¡Eso es estar en mal estado! Ese hombre parecía una causa perdida. Sin embargo, cuando vino a Jesús, Jesús no se apartó de él. Él no dijo: "Lo siento amigo, estás demasiado mal. Ya no puedo hacer nada por ti." No, Jesús le ministró. Lo libró y lo dejó: «sentado, vestido y en su sano juicio» (Marcos 5:15). El pecado y los demonios en la vida de ese hombre no asustaron a Jesús, y tu pecado tampoco lo hace. Él tiene lo necesario para enderezarte. Él puede hacer que tu mente esté sana, y tu cuerpo también. Lo he visto hacerlo por las personas una y otra vez. Lo he visto sanar a personas cuyos cerebros habían sido arruinados por las drogas. He visto a personas que cometieron asesinatos, personas que durante años habían sido tan malas como serpientes de cascabel y que, al entregar sus vidas a Jesús, se convierten en las personas más dulces que jamás hayas conocido. ¡Jesús es tan amoroso y misericordioso que nunca rechaza a nadie! Nunca le dice a nadie que no califican para ser sanados porque han arruinado sus vidas con el pecado. ¡Por el contrario! Jesús nos dice lo que dice la Biblia: que «la oración de fe sanará al enfermo, y el Señor lo levantará de su lecho. Si acaso ha pecado, sus pecados le serán perdonados.» (Santiago 5:15). Una vez, cuando leí ese versículo en la escuela de sanidad, había una niña que había robado un libro de nuestra mesa el día anterior. Necesitaba mucho la sanación porque estaba paralizada en un lado de su cuerpo. Aunque se sintió culpable, cuando escuchó que Jesús la perdonaría, lo creyó y se sanó ese mismo día. ¡Debes ser desatado! "Pero Gloria", podrías decir, "he vivido para Dios de la mejor manera que he podido, y he estado luchando contra la enfermedad durante 1 4 : LV V C ¡Este mismo Jesús! Esas son las palabras que el Señor me permitió entender hace tantos años cuando me dio este mensaje, ¡y son buenas noticias!

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