El tintineo suave de los instrumentos y el sonido
apagado de las palabras detrás de las máscaras de
protección le eran tan familiares como el tic tac
de un reloj. En su calidad de cirujano residente
de último año, Jackson estaba siendo aún más
meticuloso de lo habitual. Este paciente tenía un
caso grave de SIDA.
Deteniéndose por unos instantes, Jackson
respiró hondo, deseando que el médico a cargo
dejara de apurarlo. Él no apresuraba ninguna
cirugía, sin importar el caso. Ciertamente, más
aún en un paciente que padecía una enfermedad
transmisible de carácter mortal.
Jackson se sentía tan cómodo en el quirófano
como la mayoría de las personas se sienten
al tomar un café matutino. La cirugía era la
profesión que había elegido. Mejor aún, tal vez
esa era la profesión que lo había elegido a él.
Era tan solo un niño de primer grado cuando su
abuela sufrió un derrame cerebral. Al preguntar
qué le pasaba, le dijeron que había un problema
con su cerebro.
Desesperadamente, queriendo ayudar a
su abuela, el joven Avery había orado: "Dios,
muéstrame cómo ayudar a las personas con
problemas cerebrales."
Un año después, cuando Avery estaba en
segundo grado, Dios le habló.
Serás un neurocirujano.
A los 8 años, Avery nunca había escuchado
LV V C
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EL
APÓSTOL
DE LOS
MÉDICOS
A
El Dr. Avery Jackson
ajustó la brillante luz que iluminaba el
quirófano. Escudriñando la herida, procedió a
suturar con mucho cuidado.
por Melanie Hemry