LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE

Edición Septiembre LATAM 2020

LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE - Revista publicada por los Ministerios Kenneth Copeland, disponible gratuitamente para personas que deseen suscribirse.

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6 : LV V C ¿Qué color? ¿Qué accesorios te gustaría que tuviera? "Bueno, hermano Copeland, no puedo pagar mucho." ¿Cuál es el problema? Dios no te dijo que lo pagues. Te dijo que oraras y creyeras por tu auto; por lo tanto, poder pagarlo no es el problema. El problema es decidir qué automóvil es el adecuado para ti, y eso lo descubrirás al tener comunión con Jesús. Él sabe más acerca de automóviles que el mejor mecánico que haya existido y, como dice 1 Corintios 1:30: «Dios ha constituido [a Jesús] como nuestra sabiduría». Si lo buscas, Él te revelará exactamente qué automóvil necesitas. Entonces podrás pedirle a Dios usando tu fe y recibirlo. Bill Winston cuenta sobre una vez que él y su esposa Veronica hicieron esto cuando Bill recién comenzaba el seminario en la Universidad Oral Roberts. Como estudiante, necesitaban que Veronica consiguiera un trabajo, por lo que buscaron la sabiduría de Dios e hicieron una lista que definía con precisión el trabajo que querían. Lo anotaron todo en una tarjeta: el tipo de trabajo, el salario, la ubicación y el automóvil necesario para trasladarse. Luego oraron por la lista y creyeron que habían recibido. Después, si alguien le preguntaba a Bill: "¿Verónica ya consiguió su trabajo?" él respondía: "Sí." Si le preguntaban dónde estaba trabajando, él respondía: "Todavía no lo sabemos, pero ella tiene el trabajo." En efecto, ella obtuvo exactamente el trabajo que pidieron. Coincidió con todo lo que escribieron en la tarjeta, y Dios se los proporcionó en medio de una recesión económica. Alístate para ir en una dirección diferente En ocasiones, mientras buscas a Dios por tu petición, Él puede mostrarle algo que te sorprenda. Puede llevar tu oración en una dirección completamente diferente, como lo hizo conmigo hace años, cuando este ministerio enfrentaba un déficit de un millón de dólares. Había ido a nuestra cabaña para ayunar y orar al respecto, y aunque le había pedido sabiduría a Dios de acuerdo con Santiago 1:5-6, lo que necesitaba me parecía obvio. "¡Dios, necesito un millón de dólares!" comencé. No, no lo necesitas, me respondió. Sorprendido, continué: "¡Es una broma! ¿Dime qué necesito?" Tienes un problema espiritual en tu ministerio, me explicó. Te dije que hicieras algo hace varios años, y lo pasaste por alto. Si hoy te diera un millón de dólares, el mismo problema lo afectaría y continuarías necesitando un millón de dólares. Al escucharlo, instantáneamente supe con precisión de qué problema me estaba hablando, y lo corregimos. Después de que lo hicimos, recibimos el dinero y desapareció el déficit. Dios te dará el mismo tipo de sabiduría. Si estás en el camino correcto, como lo estaban Bill y Veronica, Él te ayudará a completar tu tarjeta de peticiones tal como lo hizo por ellos. Si estás en el camino equivocado, como yo lo estaba acerca de ese millón de dólares, Él te mostrará lo que debes hacer. De todos modos, tu oración será más efectiva porque habrás determinado exactamente lo que quieres pedirle a Dios, habrás priorizado y sido específico al respecto, lo cual es el primer paso para la oración que produce resultados. El segundo paso es el siguiente: encuentra escrituras que prometan lo que estás pidiendo. No solo recites algunos versículos que te sean familiares. Hazlo con propósito y edifica una base bíblica sólida para tu oración. Abre tu Biblia y localiza versículos y promesas específicas que se ajusten a tu caso. Luego, escríbelos en forma de petición. La fe comienza donde se conoce la voluntad de Dios. Entonces, una vez que sepas que tu petición se basa en hechos y promesas de la Biblia, puedes presentarlas ante Dios con valentía. Dado que en Cristo todas las promesas de Dios son un sí, y un amén (2 Corintios 1:20), y que Dios no te promete algo que no quiere que tengas, asegúrate de que estás pidiendo en línea con la voluntad de Dios. «Y ésta es la confianza que tenemos en él: si pedimos algo según su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, también sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.» (1 Juan 5:14-15). "Pero hermano Copeland, ¿qué pasa si hago mi petición y no siento que Dios me escuchó?" La fe no se basa en los sentimientos; se basa en la PALABRA de Dios. La PALABRA es verdadera sin importar cómo te sientas, así que una vez que hayas orado, mantén la PALABRA como tu enfoque central. Pon tus escrituras de petición donde puedas verlas todo el tiempo. Pégalas en el espejo, en el refrigerador y en el tablero del auto. Luego, mientras las repites continuamente, da el tercer paso hacia la oración que trae resultados: Fija esas escrituras firmemente no solo en tu mente sino en tu corazón. Medita en ellas "de día y de noche", como dice Josué 1:8: «para que actúes de acuerdo con todo lo que está escrito en él. Así harás que prospere tu camino, y todo te saldrá bien.» Observa que el versículo dice que medites en la PALABRA de Dios para que puedes actuar: actúas al ver, no con tus ojos físicos sino con los ojos de la fe, cumplirse la PALABRA en tu vida. Cuanto más saturas tu pensamiento con las Escrituras, más reales se vuelven en ti. Se mueven de tu cerebro a tu espíritu y hacen que te visualices a ti mismo con la respuesta a tu oración. Una vez visualizado, puedes tenerlo. ¡Tu fe desborda y de repente solo sabes que sabes que sabes que es tuyo! Recuerdo una vez en particular cuando me sucedió eso. Acababa de comenzar mi ministerio itinerante, y como familia estábamos creyendo por una nueva camioneta Buick que transportara todas nuestras cosas. Sabíamos exactamente qué tipo queríamos e incluso teníamos fotos del modelo. Localizamos nuestras escrituras, sembramos la semilla y oramos. A medida que pasaban los días y las semanas, seguíamos hablando de ello y emocionándonos más y más. Un día conducía por el camino en nuestro viejo automóvil, y mi hijo John, que era solo un niño pequeño en ese momento, viajaba en el asiento del pasajero. "Papá", comenzó, "¡tenemos nuestra camioneta!" "Seguro que sí", le respondí. "Bueno, ¡vamos a buscarla!" me dijo. Incluso a su tierna edad, lo que estábamos creyendo se había convertido en una realidad para él. Esa camioneta había descendido a su corazón, y él creía que era nuestra. Cuando dijo: "Vamos a buscarla", su fe encendió la mía.

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