LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE

Edición Noviembre LATAM 2020

LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE - Revista publicada por los Ministerios Kenneth Copeland, disponible gratuitamente para personas que deseen suscribirse.

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automática sobre cualquiera que se asociara con él. Eso fue lo que le sucedió a Lot, el sobrino de Abraham. Se mantuvo cerca de Abraham y, a pesar de no era necesariamente tan agudo espiritualmente, prosperó exponencialmente. La BENDICIÓN de Abraham lo alcanzó, y sus pertenencias crecieron a tal punto que él y su tío tuvieron que separarse porque, en conjunto, eran demasiado para una misma área geográfica. "Sí, hermano Copeland, pero eso sucedió en el Antiguo Testamento." Lo sé. Pero el mismo principio lo encontramos en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, piensa en el ministerio de Jesús. ¿Qué sucedió cuando Sus discípulos se le unieron y lo ayudaron a predicar el evangelio? Pudieron hacer las mismas cosas que Él hizo. Pudieron sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos y expulsar demonios. ¿Por qué? Porque, como colaboradores de Jesús en el ministerio, LA BENDICIÓN y la unción que estaba sobre Él vino sobre ellos. Jesús incluso les dijo, antes de enviarlos, que a través de su ministerio este intercambio de unción estaría disponible también para otros. En Sus propias palabras: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta porque es profeta, recibirá igual recompensa que el profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, recibirá igual recompensa que el justo.» (Mateo 10:40-41). El sistema de distribución de la unción de Dios No todo el mundo está llamado al ministerio del profeta, o al ministerio del apóstol, el pastor, el maestro o el evangelista. Pero, según Jesús, eso no significa que no todos podamos participar de esas unciones. ¡Sí podemos! Al recibir a aquellos que son llamados a tales ministerios y ayudarlos a hacer su trabajo, podemos aprovechar la gracia que está sobre ellos y recibir la misma recompensa. ¡Este es el sistema de distribución de la Unción de Dios! "Bueno", podrías decir, "lo que Jesús dijo en Mateo 10 solo se aplica a los que trabajaron con Él en el ministerio y ese era un grupo muy reducido." No, no fue así. Jesús tenía un gran equipo de trabajo que viajaba con él a dondequiera que fuera. Según Lucas 8, incluía no solo a los 12 discípulos, sino «también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, y de la que habían sido expulsados siete demonios; Juana, la mujer de Chuza, el intendente de Herodes; Susana, y muchas otras que los atendían con sus propios recursos.» (versículos 1-3). Para resaltar el principio que estamos exponiendo, llamaremos a estas personas "colaboradores" ministeriales de Jesús. Lo ayudaron a difundir la PALABRA que estaba predicando. Ellas testificaron sobre los milagros que vieron y, además, contribuyeron financieramente a Su ministerio para que Él pudiera cumplir Su llamado. ¿Qué recibieron a cambio? Primeramente, revelación. Como vemos más adelante en Lucas 8, cuando Jesús predicó la parábola del sembrador, a diferencia de las multitudes que abandonaron la reunión preguntándose de qué había estado hablando Jesús, su equipo de colaboradores obtuvo información privilegiada. Le pidieron mayor revelación y Él dijo: : «A ustedes se les concede conocer los misterios del reino de Dios» (versículo 10). Luego les explicó exactamente el significado de la parábola. ¡Sus colaboradores estaban conectados a la unción de la revelación! Eso es parte de la recompensa del profeta y, por lo tanto, estaba disponible también para ellos. También podría haber estado disponible para los demás, porque Jesús dijo a toda la multitud: «El que tenga oídos para oír, que oiga.» (versículo 8). Pero la multitud ese día no lo recibió como el Ungido de Dios, así que no participaron en el intercambio de la unción. La gente de Nazaret cometió el mismo error la primera vez que Jesús les predicó. Cuando les dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos» (Lucas 4:18), no le creyeron. Para ellos, él era tan solo uno más de su ciudad natal. "Eres el hijo de María y José. ¡No puedes estar ungido!" le dijeron, y se negaron a recibirlo como el Mensajero de Dios. Como resultado, el intercambio de la unción se interrumpió y «Jesús no pudo realizar allí ningún milagro, a no ser sanar a unos pocos enfermos y poner sobre ellos las manos.» (Marcos 6:5). Partícipes de Mi Gracia La unción es el poder de Dios que quita las cargas y destruye los yugos, y la misma fluye a través de un recipiente humano (Isaías 10:27). Es el Espíritu Santo manifestándose como «el espíritu del Señor; el espíritu de sabiduría y de inteligencia; el espíritu de consejo y de poder, el espíritu de conocimiento y de temor del Señor.» (Isaías 11:2). Esas son todas unciones. Todas están disponibles para nosotros como creyentes, y hay dos formas de acceder a las mismas. Primeramente, a través de nuestra unión con Jesús «a quien Dios ha constituido como nuestra sabiduría, nuestra justificación, nuestra santificación y nuestra redención» (1 Corintios 1:30). De igual manera, accedemos a ellas a través de nuestra conexión con otros creyentes, particularmente con aquellos que son llamados al ministerio quíntuple. El apóstol Pablo escribió sobre esto último a los filipenses. Debido a que eran sus colaboradores en el ministerio quienes, en sus propias palabras: «ninguna iglesia participó conmigo en cuanto a dar y recibir sino ustedes solos.» (Filipenses 4:15), les dijo: «Doy gracias a mi Dios en toda memoria de vosotros, siempre en todas mis oraciones haciendo oración por todos vosotros con gozo, por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora: estando confiado de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo; Como me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del evangelio,

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