por Kenneth Copeland
4 : LV V C
Todos los bebés tienen algo en
común: la falta de paciencia. Lo que
sea que quieran, lo demandan en
el instante. Cuando tienen hambre
en medio de la noche, no esperan
tranquilos en la cuna, confiados en
que alguien les dará de comer por
la mañana. Lloran a todo pulmón
y exigen atención inmediata. En lo
natural, así son los bebés.
Lo mismo es cierto a nivel espiritual.
Cuando los cristianos nacen de
nuevo, tienden a exigir que las cosas
cambien de inmediato. Si oran por
una situación negativa en su vida y no
desaparece de la noche a la mañana,
es probable que hagan un escándalo.
"¡No sé por qué Dios no ha arreglado
todavía esta situación!", se quejan.
"Pensé que me había prometido que
sería BENDECIDO."
No hay condenación alguna en
eso. Todos comenzamos como bebés
espirituales, así que todos hemos pasado
por esa situación. Pero, no queremos
quedarnos estancados en ese punto.
Debido a que ese tipo de inmadurez
limita cuánto podemos recibir de Dios,
queremos crecer y abandonar esa etapa.
Queremos alimentarnos de la carne
fuerte de la PALABRA y convertirnos,
como dice Hebreos 6:12 (RVA-2105),
en «imitadores de los que, por la fe y
la paciencia, heredan las promesas» de
Dios.
Lamentablemente, los creyentes no
siempre se emocionan con la mención
de la paciencia en ese versículo. Están
Cuando pones en
práctica la paciencia,
puedes tomar una
posición de victoria en
la PALABRA de Dios y
negarte a retroceder,
pase lo que pase.
promesa
Anclado
por la