LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE

Edición Abril 2021

LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE - Revista publicada por los Ministerios Kenneth Copeland, disponible gratuitamente para personas que deseen suscribirse.

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estas dos cosas que no cambian, y en las que Dios no puede mentir, tengamos un sólido consuelo los que buscamos refugio y nos aferramos a la esperanza que se nos ha propuesto. Esta esperanza mantiene nuestra alma firme y segura, como un ancla, y penetra hasta detrás del velo, donde Jesús, nuestro precursor, entró por nosotros» (Hebreos 6:16-20, énfasis del autor). La palabra traducida consuelo en ese pasaje significa "valentía". ¿Qué es el valentía? Es la fuerza interior que ancla nuestras almas para que podamos creer en Dios y no dejar que síntomas y emociones contrarias nos sacudan. Es lo que vemos en Abraham. No se emocionó por sacrificar a su hijo. Sus emociones estaban completamente ancladas en la promesa de Dios. Como creyentes, las nuestras también pueden estarlo. No tenemos por qué enfadarnos cuando las circunstancias naturales hacen que parezca que la promesa de Dios no puede cumplirse para nosotros. No tenemos que angustiarnos cuando Dios nos dice que hagamos algo que no entendemos, como "no le deberás a nadie". No tenemos que llorar y decir: "SEÑOR, ¿cómo pudiste decirme que no pida prestado? No puedo obtener nada bueno sin endeudarme. ¿No te intereso?" ¡Eso es cosa de bebés! Es tratar a Dios como si no fuera un Padre digno de confianza; como si hubiera algo mal con Él y Su plan. Es hora de superar esa actitud. Dios puede guardar Su PALABRA sin importar las circunstancias y Él sabe lo que está haciendo. Solo tenemos que creerle y hacer lo que dice. "Pero a veces eso es difícil", podrías decir. Lo sé. Si fuera fácil, todo el mundo lo estaría haciendo, y no es así. Sin embargo, como un hijo de Dios nacido de nuevo, ¡naciste para hacerlo! Eres un heredero de la promesa de Dios. Eres la descendencia de Abraham y estás completamente equipado para seguir sus pasos. ¡De hecho, tienes aún más a tu favor que Abraham! Porque después de que Jesús resucitó de entre los muertos, cuando estableció el nuevo pacto, repitió la misma escena que vimos en Génesis 22. Fue al santuario celestial con su propia sangre y «obtuvo para nosotros la redención eterna… por medio del Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios» (Hebreos 9:12, 14). ¡Imagínalo! Jesús se presentó en el lugar más santo del universo y fue juzgado sin mancha. Fue juzgado victorioso, declarado Dios, y el Padre le juró a Él como el Abogado del Señor, Cabeza de la Iglesia y a nosotros como Su Cuerpo. Él juró por Su propia vida cumplir por nosotros cada PALABRA del Nuevo Pacto. Esto es a lo que se refiere Gálatas 3:13-14 cuando dice: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición (porque está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los no judíos, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu.» Tenemos el juramento de sangre de Dios: ¡El poder de la maldición ha sido destruido! ¡Por las heridas de Jesús hemos sido sanados! ¡Mi Dios suplirá todas tus necesidades de acuerdo con sus riquezas en gloria por Cristo Jesús! Cuando tu alma se ancla en el hecho de que Dios ha hecho un juramento sobre la sangre de Jesús de que se destruiría a Sí mismo si alguna vez fallara en cumplir por ti incluso una de esas promesas, no hay forma de que puedas permanecer enfermo, arruinado, sumido en lástima y triste. No hay forma de que ningún ataque del diablo, no importa cuán feroz sea, puede oponerse a la fe y la paciencia que esa seguridad te inspirará. El desconocimiento de estas verdades es lo que nos ha obstaculizado y nos ha mantenido viviendo como bebés espirituales. Creer las mentiras del diablo, como "Quizás Dios quiere que aprenda algo de esta enfermedad y carencia", ha sido el verdadero problema. Dios no te puso esa enfermedad o la escasez para enseñarte algo. Por Su juramento de sangre, es imposible que ese sea el caso. Entonces, en lugar de concentrarte en los síntomas y las circunstancias, enfoca tu mente en ese juramento. Habla con Dios acerca del precio que Jesús pagó por tu redención. Medita estas poderosas verdades hasta que, como Abraham, tu alma esté anclada en la promesa de Dios y te aferres a todo lo que Jesús ha provisto para ti. LV V C : 9 "Abraham se mantuvo firme en la promesa que Dios le había hecho, incluso cuando parecía que lo peor estaba por suceder."

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