LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE

Edición Febrero LATAM 2022

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LV V C : 9 por Melanie Hemry A sus tiernos 6 años, Jesse Duplantis ya tenía negocios en mente luego de que su padre le enseñara a rasgar tres acordes en una vieja guitarra. Se mordió el labio en señal de concentración mientras se esforzaba por estirar los dedos sobre las cuerdas. Sus padres, Paul y Velma, pensaban que la guitarra era tan solo una diversión infantil. Jesse sabía que eso no era cierto. Esa guitarra sería su salvación. Lo sabía con la misma certeza que sabía que se llamaba Jesse Duplantis. Lo sabía tan bien como conocía todas las casas de ma la muer te que su fa milia había a lquilado en los últimos seis a ños de su vida . Lo sabía con la misma seg uridad que sabía que perseg uir el trabajo de un pozo petrolífero a otro en Luisiana no era la vida que esperaba vivir. No se avergonzaba de ese tipo de trabajo, ni de la pobreza. Sólo quería una escapatoria. Su padre se la proveyó en forma de guitarra. La mayoría de los niños de 6 años no tienen una filosofía personal sobre la responsabilidad de su propio éxito. Pero, de todos modos, Jesse Duplantis no se parecía a la mayoría de los niños de 6 años. Se abocó a practicar con la guitarra hasta que sus dedos mostraban carne viva y sus brazos temblaban. M ient r a s los ot ros n i ños ju ga ba n , Je s se pr a c t ic a ba . Practicaba en la casa hasta que el ruido de la guitarra y la trompeta de su hermano obligaban a Velma a echarlos afuera. Practicó en el porche. Y cuando los otros niños jugaban en los campos cercanos, Jesse tocaba la guitarra. Jesse comenzó con tres acordes básicos, y en poco tiempo estaba haciendo música. La música era un negocio Siempre había esperado tener éxito, pero Jesse se quedó atónito cuando la gente que pasaba por el lugar comenzó a arrojarle monedas. En una ciudad famosa por sus músicos ca llejeros, Jesse era a lgo inusua l en Nueva Orlea ns. De baja estatura para su edad, no parecía lo suficientemente grande como para sostener una guitarra, y mucho menos para tocarla. El sonido de las monedas golpeando la acera era toda la motivación que necesitaba. Pronto empezó a salir a escondidas de casa para tocar en la calle. La música no era un pasatiempo para Jesse; era un negocio. A los 10 años, Jesse era algo más que un chico guapo con una guitarra. La música que resonaba en la esquina de su calle era buena. La gente ya no sonreía ni lanzaba monedas. Se detenían, escuchaban y pagaban generosamente por el privilegio. Cuando el padre de Jesse le pidió que tocara su guitarra El negocio de Su padre

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