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UN VIDA DE
colgándose del brazo de su
esposo. "No puedo seguir
un día más".
"Lo sé. Créeme que lo sé",
respondió Chris. Sus ojos
parecían poseídos, como
un soldado que acaba de
llegar a casa de la guerra.
Su ceño fruncido parecía
un rasgo ya permanente.
"Tenemos dos hijos
autistas. ¿Cómo vamos a
pagar para lo que necesitan
ahora y mantenerlos
cuando seamos viejos? Si
no voy a trabajar, voy a
perder el trabajo. ¿Qué va a
pasar con ellos entonces?"
Las nubes color ceniza
estaban esparcidas a lo
largo del horizonte inglés.
Deborah McDermott
seguía a su esposo, Chris,
quién se alistaba para
salir afuera, en medio de
la lluvia. Sus ojos lucían
cansados por la falta de
sueño. El estrés había
afectado su piel alrededor
de los huesos en el rostro,
haciéndola lucir tan frágil
como un pájaro recién
nacido.
"Te ruego que no te
vayas". le suplicó Deborah,
por
Melanie
Hemry
Deborah, Timothy y James McDermott
Bendición
Sin prestarle atención
al clima, Deborah
permaneció afuera
mirando a Chris
alejarse; sus lágrimas se
camuflaban con la lluvia.
En la casa, Timothy, su
hijo de 10 años, chocaba
su cabeza contra la pared
y se golpeaba a él mismo
mientras gritaba, "¡odio mi
vida, odio mi vida!".
"Yo odio la mía también",
pensó Deborah mientras
trataba de consolar a su
hijo; le habían advertido
que terminaría en una
institución mental.