LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE

Edición Diciembre 2016

LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE - Revista publicada por los Ministerios Kenneth Copeland, disponible gratuitamente para personas que deseen suscribirse.

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LV V C : 2 3 reunión con otros creyentes en la iglesia, le podamos dar a Dios la honra y atención completa que se merece? Una forma en la que lo hacemos, es practicando. Un incómodo dilema Nuestro cuerpo físico se entrena con la práctica. Está naturalmente programado para desarrollar hábitos, como resultado de tareas repetitivas. Piensa en cómo eras antes de nacer de nuevo, y entenderás de lo que hablo. Como no creyente, tenías la costumbre de pecar. No tenías que esforzarte mucho para hacerlo. Podías pecar, aun sin pensarlo, porque lo habías practicado toda t u v ida. Te habías desarrollado en hacerlo. Cuando pusiste tu fe en Jesús, a pesar de que tu espíritu inmediatamente se convirtió en una nueva creación, tu cuerpo no lo hizo. Éste todavía tenía las mismas malas costumbres que practicabas cuando no eras salvo. Como resultado, en los comienzos de tu vida cristiana, mientras tu corazón buscaba las cosas de Dios, tu carne te llamaba en la dirección contraria. ¡Esa es una manera muy incómoda de vivir! Cuando nosotros nacimos de nuevo, esto se convirtió en un verdadero dilema para todos nosotros como creyentes. Sin embargo, la Palabra de Dios nos proporciona la solución. Dice: «Vivan según el Espíritu, y no satisfagan los deseos de la carne» (Gálatas 5:16). Cua ndo prac t ica mos ca m ina r en el espíritu, hacemos que esté a nuestro favor la manera en la que nuestro cuerpo forma hábitos. Al pasar tiempo todos los días en comunión con Dios, orando y alimentándonos de Su Palabra y haciendo lo que Él dice, entrenamos nuevamente nuestra carne. Ponemos nuestro cuerpo físico bajo sujeción y desarrol lamos costumbres nuevas que reflejan la justicia que está en nuestro espíritu renacido. ¡Como creyentes estamos diseñados a operar de esta manera! Esta es la razón por la que Dios nos entregó el Nuevo Pacto. Como Romanos 8:4-5 dice: «Para que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros, que no vivimos y no nos movemos y seguimos los pasos de nuestra carne, sino los del Espíritu [nuestra vida no es gobernada por los criterios y lo que dicta la carne, sino controlados por el Espíritu Santo]. Porque los que siguen los pasos de la carne, fijan su atención en lo que es de la carne, pero los que son del Espíritu, fijan su mente y buscan las cosas que gratifican al Espíritu [Santo]» (Edición Clásica de la Biblia Amplificada). Para dejarlo en claro, esos versículos no dicen que llegamos a un momento espiritual en que no tendremos que lidiar más con la carne. No; mientras vivamos en la Tierra, tendremos que continuar practicando poner las cosas espirituales en pr i mer lug a r. De lo cont ra r io, volveremos a poner nuestra atención en las cosas naturales y los deseos de la carne y perderemos parte de nuestra sed de Dios. Jamás olvidaré el momento en 1977 en el que me di cuenta de que eso me había sucedido. En ese momento, estaba esc uc ha ndo u na profec ía dada por Kenneth E. Hagin. Él profetizaba acerca de los creyentes de los últimos tiempos que marcharían en el mundo, como un gran ejercito espiritual, haciendo las obras de Jesús. Él dijo: "Tu puedes ser parte de ese ejército si deseas, así que proponte en tu corazón que no serás perezoso y no retrocederás. Proponte en tu corazón, que te levantarás y marcharás, hacia delante y estarás en fuego". Cuando escuché esas palabras, me di cuenta acerca de algo sobre mí, que no había notado. ¡Después de 10 años de ministerio, no estaba en fuego por el Señor, como lo había estado una vez! En 1967, cuando Ken y yo empezamos a aprender acerca de la fe y la integridad de la Palabra de Dios, tenía tanta hambre, espiritualmente hablando, que las cosas de Dios habían absolutamente consumido mi pensamiento y mi vida. No prestaba atención a nada más. En parte, porque en ese momento, estábamos en una situación tan desesperada—quebrados y atrapados en una montaña de deudas—así que vi que solamente Dios era mi esperanza. Por lo tanto, además de cuidar a mis niños y hacer mis tareas en la casa, yo pasaba mi tiempo con Él en la Palabra. Sin emba rgo, en 1977, Ken y yo habíamos crecido un poco en el Señor y nuestra sit uación había cambiado. Estábamos bendecidos, libres de deudas y prosperando. Ocupados con los asuntos del ministerio y la vida en general, las cosas nat ura les habían empezado a absorber considerablemente mi atención. Como resultado, mi pasión por las cosas del Señor se había enfriado. A pesar de que todavía ponía la Palabra de Dios en mi corazón todos los días, lo hacía por disciplina y no porque lo deseara. E s e d í a , m ient r a s e s c uc h a ba a l hermano Hagin, decidí cambiar. Me propuse, en el corazón que haría lo que él decía y nuevamente estaría en fuego espiritualmente. Hice el compromiso de darle menos de mi tiempo a las otras cosas que había estado haciendo—cosas que a pesar de que no eran malas, habían empezado a ocupar un lugar demasiado importante en mi vida—y le prestaría más atención a la oración y la Palabra de Dios. Obv ia mente , ¡no muc ho t iemp o después, mi hambre por las cosas de Dios empezó a regresar! Mi deseo por Él aumentó. Mi pasión por el mover del Espíritu regresó. ¿Por qué? Porque es un principio: nuestros deseos siguen nuestra atención. Mientras más atendemos las cosas de la carne, más deseamos seguir la carne. Mientras más atendemos a las cosas de Dios, más deseamos de todo corazón seguirlo. Colosenses 3:1-2 dice: «Puesto que ustedes ya han resucitado con Cristo, busquen las cosas de a rriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra». Esas son las órdenes del día de Dios para nosotros como creyentes—y son vitales para nosotros que estamos viviendo en el f inal de los últimos tiempos. Ya no tenemos tiempo, para saltar entre la carne y el espíritu. El derramamiento más grandioso que esta Tierra alguna vez haya visto, ya ha comenzado. Dios quiere revelar Su gloria a través de la iglesia, como nunca antes. Así que invitémoslo a venir en medio de nosotros y permitámosle que lo haga. Démosle el primer lugar en nuestra vida y los servicios de nuestra iglesia. Reverenciémoslo por encima de todo, pongamos nuestra carne bajo sumisión, ¡y abrámosle la puerta de par en par al Espíritu Santo, para que haga todo lo que quiera hacer!

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