LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE

Edición Febrero 2017

LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE - Revista publicada por los Ministerios Kenneth Copeland, disponible gratuitamente para personas que deseen suscribirse.

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2 0 : LV V C por Gloria Copeland ¡Respeta y Recibe! C ON EL PODER DE DIOS FLUYENDO COMO UN RÍO, Y CON L A DISPONIBILIDAD EN AUMENTO DE MINISTROS QUE IMPONEN SUS M A NOS SOBRE LOS ENFERM OS, SI NECESITAS UNA REUNIÓN DE SANIDAD AHORA MISMO, ESTOY SEGUR A DE QUE PODR ÁS ENCONTRARLA. EL ÚNICO INTERROGANTE ES: CUANDO LLEGUES ALLÍ, ¿ESTÁS SEGURO DE ESTAR LISTO PARA RECIBIRLA? Sabes, puedes estarlo. No se supone que llegues a la reunión con interrogantes, esperando ver qué sucede. Puedes llegar en fe, con la firmeza en tu corazón de que sanarás. Puedes tener la certeza, aun antes de que el hombre o la mujer de Dios te impongan sus manos, de que en el momento en que él o ella te toquen, ¡la unción de Dios fluirá! Piensa cómo fue que la gente del Nuevo Testamento llegaba para ser ministrada por Jesús y verás lo que quiero decir. Literalmente, multitudes fueron a Sus reuniones esperando ser sanadas‒y lo fueron. Cuando ellos se acercaban a Él en fe, Jesús nunca dejó que nadie se fuera sufriendo las mismas enfermedades y dolencias. Él nunca le dijo a nadie que la voluntad de Dios era no sanarlo… o que necesitaba esperar un tiempo, porque Dios estaba usando la enfermedad para enseñarle algo. ¡Todo lo contrario! Jesús era famoso por sanar a todo aquel que se le acercara‒sin importar quién o cuán pecador fuera. De hecho, Su voluntad y Unción eran tan reconocidas, que en algunas partes las multitudes no solamente venían a recibir para ellos, sino que también traían a cada persona que estuviera dispuesta a acompañarlos. Marcos 6:55-56 nos dice: «Y a medida que recorrían todos los alrededores, en cuanto sabían donde estaba Jesús comenzaron a llevar de todas partes enfermos en sus lechos. Dondequiera que él entraba, ya fueran aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos, y le rogaban que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto. ¡Y todos los que lo tocaban quedaban sanos!» "Pero, Gloria," podrías decir, "esa era otra época. Esas personas tenían a Jesús en medio de ellos, ministrándolos en carne y hueso".

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