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Por supuesto, su viaje también era una oportunidad para
ministrar.
Courtney respetaba el hecho de que ministrar al mundo
fuera el llamado de Dios para la Iglesia. Miembro de la
tercera generación de Kenneth y Gloria Copeland, ella
amaba a su familia, adoraba a sus abuelos y admiraba la
manera en la que ellos habían entregado su vida a la obra
del ministerio.
Sin embargo, eso no era lo que ella quería
hacer con su vida.
Cou r t ne y pensó en su papá , Joh n
Copeland, en lo que disfrutaba verlo
trabajar como CEO de los Ministerios
Kenneth Copeland, y sabía que ella había
heredado su ADN para los negocios. La
diferencia, sin embargo, era que ella
no quería manejar un ministerio.
Su sueño era trabajar en el
mundo de los negocios,
probablemente Nueva York
o Los Ángeles—algún lugar
grande y emocionante.
C u a n d o C o u r t n e y
cursaba sus últimos años
de secundaria, se expuso a
un mundo desprovisto de
la fe y la confianza en Dios
con las que había crecido.
Cautivada, se dejó llevar en
una dirección en la que
nunca debería haber
ido. Salpicarse del
sistema del mundo
comenzó a generar
u n v a c ío q u e
p r o n t o n o
p u d o s e r
ignorado.
Courtney Copeland miraba por la ventanilla
del avión, admirando el bosque y los lagos color
azul zafiro que salpicaban el paisaje de Uganda,
mientras sobrevolaban el área. Rodeada de sus
amigos de secundaria, Courtney pensó: Este viaje
será la escapatoria que necesito justo ahora para
las presiones de la vida, aun si es en un país del
tercer mundo. Si bien la gran mayoría de colegios
secundarios ofrecen un viaje en el último año, son
pocos los que van a Uganda.
por Melanie Hemry