LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE

Edición Junio LATAM 2019

LA VOZ DE VICTORIA DEL CREYENTE - Revista publicada por los Ministerios Kenneth Copeland, disponible gratuitamente para personas que deseen suscribirse.

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LV V C : 3 empeoraban mis situaciones. La atmósfera de desconfianza que generé a causa de ello hizo que se abriera un abismo entre mi papá y yo. ¿Cambió su amor por mí? No. ¿Mis acciones redujeron su disposición a hacer todo lo que pudiera para ayudarme? De ningún modo. Las decisiones que tomé lo lastimaron porque, finalmente, ya no podía alcanzarme y yo no podía alcanzarlo a él. Nada de eso fue su culpa, tan solo mía. Lo mismo ocurre en nuestra relación con Dios. Su amor y compromiso de bendecirnos nunca cambian. Cerramos la puerta a esa bendición cuando nos negamos a honrar lo que Él dice. ¿Qué pensarías de un hijo que le dice a su padre: "Papá, realmente te amo, pero no creo una palabra de lo que dices"? La declaración de amor de un hijo es irrelevante si hará caso omiso a las promesas o el consejo de sus padres. Su declaración es, en cambio, un insulto. Este es el mismo problema que enfrentan muchos creyentes porque, como nos dice la última mitad de Hebreos 11:6, cuando venimos a Dios, debemos creer «que él existe, y que sabe recompensar a quienes lo buscan.» Puedes ver que muchos creyentes no están haciendo esto por la forma en que tratan Sus promesas, como 1 Pedro 2:24: «Por sus heridas fueron ustedes sanados.» "Bueno, sí, ya sé que dice eso hermano Copeland. Sé que Dios puede sanar, pero no sé si Él lo haría o no. Verás, no creo que Dios sana a todas las personas. Él solo sana a uno aquí y a otro allí. No creo que yo sea uno de los que Él sana. Mi religión no lo cree. Simplemente no creo que pueda pasar". ¡Qué insulto hacia un Padre amoroso! Sería lo mismo que llamarlo men - tiroso en Su rostro. Es absolutamente horrible culpar a Dios cuando todo el tiempo somos nosotros los que no esta- mos recibiendo. NO RETROCEDAS La persona que se acerca a Dios y a Sus promesas de esa manera se describe en Hebreos 10:38: «pero si retrocede, no agradará a mi alma.» (RVR1995). En otras palabras, la persona que deja de confiar en lo que Dios dice que hará, le roba a Dios el placer de bendecirlo. El agradar a Dios requiere que confiemos en Su PALABRA como lo haríamos con la palabra de un hombre honorable. Exige que le permitamos que Él derrame Sus bendiciones como recipientes de Su gloria en la Tierra. La fe agrada a Dios porque le da acceso a tu vida. Salmo 35:27 dice: «Pero que canten y se alegren los que están a mi favor. Que digan siempre: «¡Grande es el Señor, pues se deleita en el bienestar de su siervo!» Actuar en Su PALABRA te da la oportunidad de sanar tu cuerpo, de prosperar, de salvar a tus hijos, de liberar a tus hijos de las drogas, lo que sea que desees y necesites. La fe le da acceso a Dios en tu vida y te da a ti acceso a la gracia de Dios: es decir, Su favor y bendiciones divinas. ¿Necesitas más pruebas de que el deseo de Dios es bendecirte y no enseñarte una lección? Lee 3 Juan 1:2: «Amado, deseo que seas prosperado en todo, y que tengas salud, a la vez que tu alma prospera». Mira lo que incluye Su prosperidad. Prosperar, según el diccionario, significa "sobresalir en algo deseable, seguir adelante". Deseas estar bien. Deseas nacer de nuevo. Tú deseas ir al cielo. Tú deseas complacer a tu Padre celestial. LAS CLAVES PARA AGRADAR Tuve muchas oportunidades para aprender estas claves de adolescente y adulto joven. En más de una ocasión, antes de irme de casa, iba a ver a mi padre terrenal, A.W. Copeland, con cosas en mi vida que parecían estar más allá de la esperanza. Siempre fue un alivio escucharlo decir: "Bueno, esto no es tan malo como parece." "Eso es bueno", solía decir, "porque pensaba que me había equivocado de por vida." Luego, mi papá solía responder: "No, ahora pensemos un poco en esto." Mientras hablábamos de la situación, mi padre mencionaba cosas que no había considerado o que no sabía. Pronto, el alivio y la paz comenzarían a asentarse en mi espíritu, y pensaría, ¡Bueno! Voy a salir de esto. ¡Gracias a Dios... y gracias a papá! ¿Por qué era así? Porque puse fe en las palabras de mi padre y descansé en la integridad de lo que me había dicho. Puse mi confianza en su deseo de que tenga éxito. Como estaba dispuesto a tomar decisiones que honraran su palabra y sus compromisos conmigo, tuvo la oportunidad de hacer por mí lo que estaba en su corazón. Si tan solo hubiese continuado en esa revelación a medida que crecía, en lugar de pensar que era más inteligente que él, podría haber disfrutado de muchos más beneficios en nuestra relación padre-hijo. Pero no lo hice y me rebelé. Cuando tuve la edad suficiente para pensar que sabía más que papá, me metí en problemas. ¡Eso fue algo estúpido! Papá sabía cómo ayudarme a salir de los problemas, pero yo no lo escuchaba. Sin tener fe en alguien que sabía más, continuamente tomaba decisiones que

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