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Por ejemplo, si el diablo trata de provocar
problemas en tus relaciones, fuerzas como el
amor y la bondad vendrán en tu ayuda. Si trata
de desanimarte con circunstancias contrarias,
fuerzas como la fe y la paciencia te ayudarán a
superarlo. Si te tienta a enorgullecerte porque
estás sobresaliendo en el trabajo, o a tener
miedo y confusión porque estás en peligro de
ser despedido, el fruto de la humildad y la paz
te protegerán.
Asimismo, si uno de esos frutos no
está operando en tu vida, no podrás
experimentar un éxito completo porque
en esa área en particular será el lugar
donde el enemigo concentrará su ataque.
Por ejemplo, sin la fuerza del dominio
propio, aunque puedas tener los demás
frutos espirituales en funcionamiento, sin
la ayuda de ese fruto para controlar tus
deseos naturales, serás vulnerable a que los
deseos de tu carne te desvíen del camino.
¡Es por eso que, a lo largo del Nuevo
Testamento, Dios nos dice continuamente
que cultivemos la totalidad del fruto del
espíritu! Él nos ama y quiere que seamos
vencedores. Y eso es lo que el fruto nos
permite hacer.
Comencé a aprender sobre el fruto del
espíritu en 1988, unas semanas antes de
nuestra Convención anual de Creyentes de
la costa oeste. Había estado en comunión
con el Señor en preparación para las
reuniones y, como siempre, le pregunté:
"Señor, ¿qué quieres que predique?"
Por lo general me toma unos días
discernir lo que está diciendo. Tengo que
escuchar a mi espíritu por un tiempo
hasta que estoy segura de haber escuchado
claramente de Él. Pero esa mañana fue
diferente. Me habló con tanta fuerza que
lo escuché de inmediato:
Quiero que enseñes sobre el fruto del
espíritu, me dijo.
Su respuesta me sorprendió por
completo. Nunca antes había enseñado
solo sobre el fruto del espíritu. Así que
comencé un estudio organizado y en
profundidad al respecto. Sabía que había
recibido la dirección del Señor, ¡así que me
sumergí y comencé!
Empecé a buscar en mi Biblia, prestando
atención a las muchas escrituras que
hablan sobre el fruto del espíritu, y obtuve
algunos libros maravillosos sobre el tema.
Luego, rodeada de todos estos materiales,
leí y oré, hora tras hora, día tras día, y dejé
que el Espíritu Santo me enseñara lo que
estás a punto de leer.
Lo que el Señor me mostró no solo me